El Banco de Liquidaciones Internacionales (BIS) de Basilea publicó un informe titulado “El Cisne Verde: bancos centrales y estabilidad financiera en la era de los cambios climáticos”. El estudio analiza los vínculos entre los efectos de los cambios climáticos y las finanzas y afirma que las consecuencias del llamado calentamiento global pueden representar una nueva forma de riesgo financiero sistémico.
El texto indica que, actualmente, los valores de activos, créditos e inversiones no estarían siendo correctamente evaluados, por no tomar en cuenta los riesgos inherentes de los cambios climáticos.
Por ejemplo, habría daños no cubiertos adecuadamente por los seguros, ya que sus actuales modelos ignoran la dimensión ecológica de las inversiones.
Consecuentemente, si los gobiernos aplicaran reglas más rigurosas sobre las emisiones de bióxido de carbono (CO2), los valores relativos de los activos “marrones” tendrían que ser revisados objetivamente, en comparación a los activos “verdes”.
En la evaluación del BIS, el clima puede impactar los riesgos financieros de tres maneras: eventos climáticos extraordinarios (deslaves, terremotos, incendios, sequías, etc.); una transición hacia una economía de baja generación de CO2, con efectos en los márgenes de ganancias y en la sustentabilidad económica; y compensaciones a pagarse por eventos causados por cambios climáticos. De hecho, el sector de seguros analiza estos aspectos desde hace algún tiempo y los operadores gustarían de integrarlos en modelos macroeconómicos.
Después, hace un llamado “financieramente verde”, o presume que lo sea.
Los instrumentos financieros “verdes”, como títulos, “green bonds” y otros, están creciendo: ya llegan a casi 800 mil millones de dólares y podrían alcanzar el billón y medio en 2024. No es poca cosa; representan poco más del 1.5% del total de títulos en circulación. Son valores mobiliarios destinados a atraer ahorros para inversiones en proyectos de diversa naturaleza considerados ecológicos.
Ya están en marcha planes para la creación de agencias de calificación orientadas hacia el riesgo financiero relacionado con los cambios climáticos, algo que interesa particularmente a las aseguradoras, analistas de calidad de crédito, fondos de inversiones con una cartera diferenciada de valores mobiliarios y fondos de pensiones interesados en inversiones sociales y ambientales.
En este sentido, según el BIS, los bancos centrales deben desempeñar un papel muy importante, una vez que los gobiernos sean interpelados para establecer políticas públicas relacionadas con el clima y el medio ambiente. Los sistemas tributarios también tendrán que adaptarse a una economía “descarbonizada”.
El informe del BIS fue recibido de una manera muy positiva por algunos círculos financieros y periodísticos. El nombre fue inspirado en la expresión “cisne negro”, creada por el financiero y escritor Nassim Nicholas Taleb, para calificar eventos inusuales, pero con consecuencias catastróficas. Con eso en mente, algunos se estarían preparando para explicar posibles relaciones de causa y efecto entre los cambios climáticos y una posible crisis financiera futura. Esperemos que esto no de un pretexto para otros mega-rescates con dinero público.
Sin duda, una mayor atención al ambiente natural y humano es algo necesario y positivo. La economía sustentable, fuentes de energía más limpias, la lucha contra la contaminación, especialmente, los plásticos, son retos inevitables para el futuro de nuestro planeta y de la humanidad.
Los estímulos provenientes de la sociedad tampoco pueden ignorarse.
Por ende, es positivo que todos, incluyendo las finanzas, tengan como deseo encargarse de esto –pero sin ser ingenuos y manipulables.
Ciertamente, la reciente reunión del Fórum de Davos, en enero pasado, dio una gran atención a los temas ambientales. También personas como Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra y Larry Fink, CEO del mayor fondo gestor de activos en el mundo, el BlackRock, queman incienso a la “economía verde”. Sin embargo, no se les ve como a San Pablo, convertidos en el camino a Damasco.
No sería positivo que la economía y las finanzas “verdes” se conviertan en un nuevo instrumento financiero especulativo.
No olvidamos que fueron los megabancos “demasiado grandes para caer” y la finanza especulativa, los causantes de la crisis financiera y económica global más grave de la Historia. Y que, ciertamente, no se preocuparon en evitar daños a los ciudadanos y daños al medio ambiente. Tampoco parece que, desde entonces, hayan mostrado arrepentimiento o una orientación diferente.
En los últimos 20 años, pasamos, entre otros episodios financieros, por los estallidos de la “burbuja del internet”, la burbuja inmobiliaria con las hipotecas “subprime” y los derivados de ventanilla. Imposible aceptar que ahora se quiera inflar una “burbuja verde” –y, esta vez, directamente con dinero público.
De hecho, se sabe que los gobiernos de todo el mundo y las grandes instituciones políticas internacionales aspiran a poner en práctica inversiones de centenas de miles de millones de dólares en inversiones “verdes” y ecológicas. Y, es sabido, la finanza especulativa es voraz. Es muy fácil declararse defensor del medio ambiente; serlo de verdad, es mucho más difícil.
*MSIa Informa